PRÓLOGO
Una poesía moldeada con manos jóvenes que mostrará el ferviente deseo de contar historias censuradas y de tejer sueños perdidos con hilos invisibles. Estefanía Almonacid se arroja en una búsqueda disparatada de los sentimientos más extraños que alberga el corazón humano, y en medio de ese trasegar quizá sin rumbo sigue las huellas de quienes ha considerado sus ídolos, y por tanto decidió interrogar a la columna rota de Frida Kahlo, sonreír con la necedad de óscar Wilde, sentarse detrás de una máquina de escribir, esconder su rostro detrás de un libro de Carlos Fuentes, perderse detrás de las personalidades y de los ensueños de Pessoa, revolotear en la poesía ilógica de Luis Vidales, abrir los ojos junto con Rogelio Echevarría a la poesía de lo cotidiano y de las melancólicas tardes citadinas, suspirar versos al ritmo de Héctor Lavoe en un rincón oscuro de un café.
En la primera parte de esta obra Escarabajos de ausencias Estefanía deja entrever cierta nostalgia ante la inevitable ausencia que deviene en una inquietante soledad, sin embargo frecuentemente la seduce la esperanza, una esperanza que pronto se verá ahuyentada por un amargo sentimiento de orfandad; aparece entonces en uno de sus poemas la figura de una mujer que habita tierras extrañas, de una mujer de esqueleto doloroso con las manos vendadas que preconiza la necesidad de volver a la indigencia.
Pero la apología a la soledad no es el único tema de su poesía, por el contrario en su obra toma vida un vaivén de sentimientos que algunas veces se funden y otras veces se persiguen en su caminar sin rumbo y se entrecruzan en los peldaños de unaescalera voladora.
Ese cúmulo de sentimientos del que aquí se habla, se verá reflejado en su poema prisma, en donde de la mano de la esquizofrenia y de la locura, los cuerpos se verán frecuentados por la pasión desmedida, en donde la lluvia será la música para la danza de los peces, mostrándonos así el destello multicolor de su poesía, no obstante, permanece visible ese sentimiento de olvido, por ello la poetisa nos dice recuerde autodestruirse después de leerlo.
Y otra vez el ansia, el placer, la angustia y la excitación de ser seres corpóreos, se baja el telón para que el vigor aparezca; el cuerpo se muestra como el principal protagonista en donde el dolor se alberga, el cuerpo es la morada de lo sexual y de lo sensual, es el rincón de las angustias, de las pasiones, de la complicidad y del llanto; se produce una pausa y entonces el dolor se cuela entre las grietas del cuerpo, situándose en su adversaria, el alma, ese lugar casi imperceptible y sin embargo todos somos testigos de la inmaterialización del dolor.
En la segunda parte Cuerpo árido el cuerpo continúa siendo la bóveda en la cual vaga una iguana misteriosa y juguetona, levantando su cuerpo, agitando su cabeza con vigor de arriba abajo, con una hilera de espinas en el dorso para su defensa, y otra vez el cuerpo es el lugar del abandono y una vez más aparecen las grietas de la amargura, y del dolor, y con ello la necesidad de huir, de marcharse a un lugar recóndito para beber agua fecunda y sanar las heridas del alma.
El cuerpo vaga y se arrastra a través de los lunes inocentes, poco a poco en la arena se van marcando las huellas de paseos clandestinos en busca de rostros, de calles, de paisajes, de atardeceres y de amaneceres para fotografiar, la poetisa entonces se siente merodeada por el insomnio y aparece sobre la mesa de noche, un reloj con segundero, un termómetro y un cilindro de revelados de negativos, quizás para revelar aquellos días grises.
En alcoholes rojizos el llanto es el hábito de la derrota, la carta magna del desierto, esfera terracota que se rompe en ojos árabes. El insomnio continúa haciendo estragos, llevando los sueños perdidos y ocultándolos en el laberinto del olvido, haciendo inservibles los llamados del cucú del reloj, el tiempo se escapa y se cuela entre las manos, los transeúntes se dirigen a ninguna parte, comen y recogen poco a poco las huellas de sus pasos agotados que intentan huir de la sombra del tiempo que les persigue.
Y nosotros amor mío, sueño mío, ¿no podríamos ser los fugitivos libidinosos que se esconden entre sabanas?, ¿aquellos que se ocultan entre los matorrales y se pierden en kilómetros desconocidos?, pero el tiempo se deja seducir por la nostalgia de un ayer evaporado, la senda que dibujaba el camino se ha borrado y atrás sólo quedan las estatuas de sal; y en el rincón de una habitación entre los ires y venires de una aguja, en los párpados aletargados de una abuela se teje con lana el preludio de la desolación
Ante el acecho del dolor, de la amargura, del desencanto y del engaño se construyeron las paredes para colgar en ellas los retratos olvidados, una pared que nos recuerda la delgada línea que se traza entre la nada y la inexistencia.
En la tercera y última parte pasión extinguida hay un silencio cómplice de los temores y de las ensoñaciones de una niña que se refugia en la copa de los arboles, en medio de una luz nocturna, una niña que entre gritos y palabras es frecuentada por la desazón y la fluctuación de sentimientos encontrados, una niña que espera, que sueña, que ama, que se deja encantar por los aromas seductores de los cocteles tropicales, por el aroma de un vino de la mejor cosecha, por el sabor y el aroma de los cafés de antaño y por la súbita aparición del encanto que se esconde bajo la piel de la poesía.
No obstante, como los amantes que se esconden bajo la corteza de los arboles, en ella también se esconde aquella niña que se duele y se lamenta de los sueños perdidos, de los amores frustrados y de las pasiones extintas, una niña que ha renunciado a su infancia, una niña que ahora esta dispuesta a bajar de las copas de los arboles para mostrar con fervor y erotismo los frutos del bosque que oculta entre sus piernas.
Resaltando otra vez la sensualidad y el erotismo que se revela en su poesía, la complicidad fervorosa de los amantes que se besan exasperadamente en lugares comunes, sintiendo en su boca la humedad de los besos y la humedad de la lluvia.
Ahora que parece que los recuerdos se han sumido en el laberinto del olvido, el pasado hace nuevamente su entrada intempestiva, la poetisa lo increpa ¿por qué no me avisaste que venías?, la desolación, el llanto y la angustia. Ahora se pone los harapos de la tristeza; con la partida del padre la poetisa se aferra a la esperanza, pero la esperanza no responde, el padre parte con su retrato de niña, llevándose con él las fotografías y los lienzos donde se pintaron las ilusiones; la poetisa lo amonesta:por eso guarda los negativos en tu bolsillo, vete, no reveles nunca mi nombre
En esta última etapa de su obra la poetisa se encuentra a solas consigo misma, a solas con sus pensamientos, cómo atontarlos o distraerlos para que no la atormenten, las paredes humedecidas empiezan a lastimarse, se profiere la sentencia: una eternidad de instantes olvidados, es hora de partir rumbo a tierras extrañas, todo listo para el alunizaje dicen que en la luna habita una mujer que renunció a los placeres de la tierra.
Es una partida en busca del sosiego, de la calma, una partida para recoger las huellas que quizá se desvanecen en la arena, una partida y una negociación de los recuerdos, una partida en busca del verdadero significado que se esconde en el alma de los mitos, un intento por recoger las cenizas y reconstruir las envejecidas calles en donde se tejieron los besos lujuriosos, una partida para recordar que el marcharse también es una forma de ausencia.
Reconstruir la memoria, tejer los recuerdos al son de un hermoso blues sobre un viejo fonógrafo, comprender que se está, que ya no se está, saber que se sueña en silencio, que se frecuentan lugares comunes, comprender que se gana, que no se gana nada, ser conscientes de que la esperanza se esconde tras la puerta y de que quizás no quiera salir de allí, saber que las palabras danzan fervorosas por ser exhaladas de la boca del poeta, comprender que el erotismo lo descubrieron los psicoanalistas, que detrás de las fotografías en blanco y negro se esconden historias censuradas, saber que los amantes antes del cortejo se miran fijamente con lujuria mal disimulada y que nosotros nos esfumamos para siempre.
Edwin Javier Velasco Caicedo
Bogotá 9 de octubre de 2012En un lugar que quizás pueda llamarse habitación .
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